Hace unos días, en la página web de la Agencia Sinc, comentaban un descubrimiento realmente interesante. Mediante un artículo publicado en la prestigiosa revista científica Science, unos investigadores alemanes comunicaban que habían conseguido transformar en luz visible un tipo de luz que no se ve: la luz infrarroja.
Como ya sabréis, Pequeños Alquimistas, la luz que nosotros vemos (llamada luz visible) está formada por el conjunto y mezcla de los siete colores que la componen. Cada uno de estos colores está compuesto por ondas de diferente energía y se identifican por unos elementos propios de cada uno. Para que os hagáis una idea, estas ondas son similares a las producidas en un lago cuando se tira una piedra al agua. Se generan pequeñas olas que van desplazándose por la superficie del agua y algo así sería una onda de luz, solo que en lugar de transmitirse por el agua lo hace por medio del aire.
Los elementos característicos de las ondas de cada uno de los colores que forman la luz visible son:
Longitud de onda: distancia entre crestas (partes más altas de la onda)
Frecuencia: relacionado con el número de crestas que aparecen en una distancia dada.
Ambas características están inversamente relacionadas: a mayor longitud de onda, menor frecuencia; a menor longitud de onda, mayor frecuencia. Y lo mejor de todo es que también está relacionado con la energía que posee esa onda: a mayor frecuencia, mayor energía. En el rango de colores, el rojo sería el color de menor frecuencia (menos energético) y el violeta el de mayor energía (mayor frecuencia).
Cada uno de los rayos que forman la luz visible posee unas longitudes de onda y frecuencias que nuestro ojo es capaz de ver. Pero, ¿y si no es así? ¿Qué ocurre cuando la frecuencia es mayor que la del violeta? En ese caso, llegamos a la luz ultravioleta (ya no la vemos).
¿Y si tiene menos energía que la luz roja? Entonces, llegamos a la luz infrarroja (que tampoco vemos). Y aquí es donde encaja la noticia que os íbamos a comentar, ya que los científicos han hecho que un haz de luz infrarroja (que no se ve) atraviese un compuesto químico constituido por estaño, azufre y uniones orgánicas (carbono, oxígeno e hidrógeno), convirtiéndolo en luz blanca visible.
Si se dirige la luz de un láser hacia este compuesto, a través de su interacción fisicoquímica con los elementos de este compuesto químico, se genera una luz blanca cálida como la de una lámpara halógena y que puede ser direccionable. Es fantástico, ¿no? Además, otro punto a favor es que los materiales necesarios son económicos y fácilmente aplicables a escalas grandes. ¡Imaginad la cantidad de aplicaciones que se podrían realizar con este hallazgo! De momento, a nosotros se nos ocurre que, todo aquello que sea capaz de producir radiación infrarroja cercana al visible se puede hacer visible (pensad en, por ejemplo, algún tipo de radiación espacial que pueda amplificarse, o posiblemente el empleo de una fuente de menor energía y más barata que puede transformarse en energía visible y más energética).
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