Acaba de iniciarse en París (Francia) la Cumbre del Clima (también llamada COP21), en la que durante los próximos quince días 195 líderes mundiales debatirán sobre las medidas a adoptar y deberán llegar a un acuerdo universal para reducir la emisión de gases provocadores del efecto invernadero y frenar el cambio climático.
En otros artículos, hemos hablado de los efectos tan perjudiciales que provocaría un aumento en la temperatura global de nuestro planeta y de ello somos todos conscientes, a la vez que culpables. Ahora, nos encontramos en un momento histórico ya que, durante las próximas dos semanas, el mundo entero está pendiente de lo que nuestros gobernantes decidan y de si se firmarán acuerdos realmente positivos para nuestro entorno. No olvidemos que una subida de más de 2ºC en la temperatura global de la Tierra pone en peligro la existencia de algunas especies más sensibles a estos cambios y, de seguir a este ritmo, no estaríamos muy lejos de alcanzarlo.
Por tanto, se hace necesario que la Cumbre del Clima sirva como punto de reflexión y todos nos paremos a pensar qué estamos haciendo con el lugar donde vivimos. La emisión de gases a la atmósfera es un asunto que se viene hablando desde hace décadas, pero nadie pone remedio eficaz porque, por desgracia, hay muchos intereses económicos en ello. Imaginad las reacciones de los países productores de combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas) cuando se les dice que hay que disminuir el consumo de éstos, porque repercutiría directamente sobre, probablemente, la mayor o única fuente de ingresos del país. Sería una ruina económica si no se plantean alternativas.
Y las alternativas pasan por un uso más eficiente de los combustibles, la investigación hacia la búsqueda de maneras más limpias de generar energía y la reutilización de los materiales que convertimos en desecho. Poco a poco, hemos ido destrozando el planeta y, con ello, muchas de las especies vivas que ya no existen. Pero, no contentos con esto, además somos capaces de generar tanta polución que nos afecta a nosotros mismos (y, si no, fijaos en las imágenes del cielo de Pekín, o del nuestro mismo, cuando se nota la capa de contaminación sobre nuestras cabezas).
Nos encontramos en el que, probablemente, sea el momento más decisivo de nuestra existencia como habitantes de la Tierra y de nosotros depende su supervivencia. En este caso, la representación corre a cargo de los jefes de estado y presidentes de los países reunidos en Francia, pero deben firmar acuerdos que sean suficientemente fuertes como para asegurarnos un futuro con energías renovables, con conciencia medioambiental, con una sociedad mentalizada en el buen uso de los materiales y la disminución del consumo por capricho. Todos podemos poner nuestro granito de arena en esta cuestión, pero hay un grupo de veinte países que son los generadores del 75% de los gases emitidos a la atmósfera. Hay que cambiar las cosas.