El efecto invernadero, del que tantas veces habréis oído hablar, se basa en lo ocurre exactamente en un invernadero. ¿Alguna vez habéis estado en uno? Seguro que si y habréis notado que el ambiente está calentito y, a veces, muy húmedo. Todo eso está producido por la capa que hace de techo y que evita que salgan los gases que desprenden las plantas cultivadas en su interior (principalmente, dióxido de carbono. Vamos, ¡lo que nosotros mismos expulsamos por la respiración!).
(Imagen: climaticocambio.com) |
Pues, bien. Imaginad que en lugar de plantas, tenemos fábricas, coches en funcionamiento, vegetación quemándose y que todos desprenden gases (entre ellos, el dióxido de carbono). Estos gases suben, porque algunos pesan menos que el aire, mucho más arriba que el techo del invernadero y se quedan quietos en una zona de la atmósfera haciendo de techo de lo que hay debajo.
Como todos sabéis, la Tierra se calienta gracias a los rayos del Sol ("sol solecito, caliéntame un poquito, para hoy y para mañana, para toda la semana...") y parte de esa energía en forma de calor que recibe la superficie se emite de nuevo hacia el exterior. Es como si rebotase una pelota de tenis.
Pero, cuando sube, se encuentra con un espejo y parte de ese calor vuelve de rebote otra vez a la Tierra. Es decir, es como si rebotáseis una pelota dentro de una caja cerrada. ¿Y qué es lo que ocurre entonces? Pues que, poco a poco, la superficie de la Tierra y su atmósfera más cercana aumentan de temperatura. Ese es el efecto invernadero.
Como consecuencia de esto es que los glaciales se están derritiendo y, como no se ponga remedio Pequeños Alquimistas, nos vamos a quedar con mucha menos reserva de hielo en el planeta. Por ejemplo, recientes investigaciones nos dicen que en el año 2100 (¡sólo quedan 85 años!) el Himalaya podría perder el 70% de los glaciales que posee. ¿No creéis que es una lástima?
En manos de todos está que, con pequeñas acciones unos y con grandes medidas otros, podamos evitar el desastre.
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